Máscara y descaro
En esta época de pandemia, en la cual, la vida está en riesgo, se han puesto en vigencia algunos recursos que buscan paliar el peligro y precautelar nuestra permanencia en el escenario terrenal.
El aseo que, para algunos o para muchos, no era una práctica permanente y rigurosa, se ha convertido, en virtud de las circunstancias y bajo el acecho de la enfermedad, en un estilo nuevo de vida.
Complementariamente el uso de los desinfectantes, el uso de las mascarillas; y, el distanciamiento social, completan las recomendaciones para evitar un posible contagio y, por ende, el peligro de perder la vida.
Unos nos hemos aplicado estrictamente a las mencionadas recomendaciones; otros de forma mediana; y, otros, con una displicencia asombrosa, han sometido al peligro a su entorno familiar.
La mascarilla que es el término diminutivo de máscara le ha venido bien a aquellos que no se quieren mostrar ya sea por A o, ya sea por B motivo.
Según la enciclopedia Wikipedia, una máscara o careta es una pieza normalmente adornada que oculta total o parcialmente el rostro. Las máscaras se han utilizado desde la antigüedad con propósitos ceremoniales y prácticos.
La palabra máscara tiene origen en el masque francés o, en la maschera en italiano; o en el másquera en español. Los posibles antecedentes en el latín no clásico, son mascus o masca que significan fantasma; y, el maskharah árabe que se refiere a payaso, bufón o un hombre con máscara.
La mascarilla que ahora, como consecuencia de la pandemia, es de uso obligatorio, le cayó como anillo al dedo a la delincuencia que, más allá de cumplir disciplinadamente con la disposición del uso de la mascarilla, ha tenido el descaro de aprovecharse de esta condición especial y de apremio universal, para cometer con mayor comodidad todas sus fechorías.
Entre familiares y conocidos se hace, en repetidas ocasiones, muy difícil el reconocimiento por el uso de la mascarilla. ¡Qué oportunidad más brillante para los pillos que, usando la mascarilla, protegen su identidad en el momento del atraco, del asalto; y del asesinato!
Es lo que ocurrió la noche del pasado jueves 26 de noviembre con nuestro excompañero y amigo, el Ab. Roberto Oña Núñez, cuando dedicado al trabajo inventado para defender la vida y el bienestar de la familia, aguardaba la llegada de sus asiduos clientes, pero quienes llegaron fueron los descarados con mascarilla, aunque suene paradójico o contradictorio, para robarle un celular y arrebatarle la vida.
Ardua tarea de la Policía Nacional que debe superar algunos factores en contra para cumplir con su deber.
Ventajosamente, parece que ya están sobre la pista de los maleantes que, de manera despiadada trastornaron la vida de toda una familia honesta y luchadora que ahora tendrá un puesto vacío en la mesa, para el momento de la cena de navidad.
Las interrogantes surgen como protestas; como reclamos; como muestras de indignación ante la impotencia. ¿Hasta cuándo seguirán muriendo los legales a manos de los ilegales?
Entonces, recordamos que hace más de un año, el Ab. Jaime Nebot presentó un proyecto de reformas al Código Integral Penal para el endurecimiento de las penas contra los delincuentes que entran y salen de la cárcel como “Pedro en su casa” y la ciudadanía sigue enfrentando al peligro.
Si no nos mata la pandemia, nos matan los ladrones. ¿Cuándo van a cumplir los legisladores? ¿Hasta cuándo seguirá el descaro de cobrar y no trabajar como necesita el país?