CRISTINA: LAS FARSAS DEL POPULISMO

Con un despliegue comunicativo de incalculable llegada, el populismo argentino, encabezado por CFK, ha vendido al mundo la noticia de que ésta, la vicepresidenta, sufrió un atentado criminal y su vida estuvo en serio peligro.
Si repasamos, con cautela y mucho cuidado, el desarrollo de este evento lograremos detectar una serie de hechos que no terminan por cerrar el caso y generar una convicción de que se trató en verdad de un intento de asesinato contra esa cuestionada figura, representativa de este populismo que ha llegado a la vida de América Latina y que no parece estar en riesgo de desaparecer.
Y es que esa farsa cae por su propio peso. No tiene explicación el hecho de que los anillos de seguridad que protegen a la vicepresidenta no hayan funcionado, especialmente en situaciones donde la presencia masiva del público es motivo suficiente para determinar un estado de riesgo incuestionable. El desplazamiento de todo un aparato de movilización y fuerza, compuesto por decenas de vehículos, decenas de hombres altamente especializados en tareas de defensa y ataque, es característico cuando se trata del traslado de un funcionario público de ese nivel, y, en esa línea, es suficientemente conocido que esta señora ha sido muy cuidadosa para integrar su grupo de protección, escogiendo a lo más calificado de la élite de las fuerzas armadas y de la Policía Federal. Y si así ocurre en el trayecto motorizado, con mayor razón las medidas de protección y seguridad deben ser muy rigurosas y de milimétrico cuidado cuando se trata de que el personaje puede atravesar momentos de mayor peligro en tratándose de una exhibición en la mitad de cientos de partidarios y curiosos.
Si el drama tuviera visos de credibilidad, y si Cristina hubiera estado en peligro de muerte, el estado anímico y psicológico de ella no se hubiera expresado en una tranquilidad posterior pasmosa, en un desfile de sonrisas, apretones de manos, abrazos y firmas de autógrafos a sus fanáticos. Lo mínimo que hubiera ocurrido es que la ciudadana permanezca con los nervios destrozados en un lapso, medianamente espacioso, entre el intento del supuesto asesino de dispararle a la cabeza y el instante de retorno a la tranquilidad y a la normalidad. Resulta sumamente curioso que, entre el evento agresivo y la recuperación de la sonrisa de la cuestionada líder, no hayan transcurrido ni siquiera 10 minutos.
El atacante Fernando Sabag Montiel, de nacionalidad brasileña, fue retenido, se lo sentó en la parte delantera de un vehículo liviano y fue tratado, tal como se ve en varias tomas, de un modo en que, a los individuos de ese índice de peligrosidad no se les guarda un grado tan alto y especial de consideración. Posteriormente se llegó a la conclusión de que el agresor no había ni siquiera rastrillado la pistola, operación indispensable para que pueda salir la bala de la recámara.
En fin, el acontecimiento deja muchos cabos sueltos y parece inscribirse en el libreto que la mayoría de los individuos que asoman como cabeza del populismo, denominado socialismo del siglo 21, utilizan en momentos en que su credibilidad ha rodado hasta el abismo y no tienen procedimientos alternativos racionales para recuperarla.
Una cosa parecida, pero de un contenido mucho más burdo y pedestre, está haciendo el dictador de Nicaragua Daniel Ortega. Su gobierno ha arremetido, de manera salvaje, contra la Iglesia de ese país. Ha apresado obispos y sacerdotes, e incrimina a seguidores del culto religioso como sujetos que atentan contra la seguridad nacional. Su objetivo, no queda duda, es atemorizar a la población y evitar que se repitan las masivas movilizaciones que pusieron en peligro su régimen y fueron reprimidas con salvajismo extremo, causando más de 300 muertes entre la población civil. Ortega, junto a la espeluznante integrante del dueto, su mujer Rosario Murillo, ejecutan una estrategia de terror, parecida o de mayor envergadura que las que ponía en funcionamiento el somocismo. Y, junto a la campaña oficial de persecución a la Iglesia, exhibe a los presos políticos como queriendo advertir que quien actúe como ellos sufrirá el mismo o mayor castigo.
Lo de Ortega se ubica en el prontuario más claro de los crímenes de lesa humanidad, pero la actitud de sus colegas coincide con su objetivo de aplacar la protesta social, someter a la colectividad y erigirse como los únicos propietarios de la verdad. Para ellos los habitantes del país son una cosa con la que se puede jugar a su antojo. Cuando tienen la oportunidad de montar tramas y sainetes lo hacen, y cuando no les queda otra posibilidad de sembrar el terror acuden a cualquier mecanismo para imponer sus atrabiliarios intereses.
Dejamos para una próxima entrega el caso ocurrido en nuestro país, cuando la protesta policial del 30 de septiembre de 2010, fue interpretada por el presidente de entonces, Rafael Correa, como un claro intento de golpe de Estado. Se trata de un capítulo más de la farsa que significa el populismo que pretende instaurarse en todos los países de América Latina.
Escrito por: Dr. José Luis Ortiz