La diferencia, aparentemente imperceptible, entre la ambición y la obsesión radica en la circunstancial ubicación del dominio que, es la autoridad, la potestad, la supremacía, el poder que, se ejerce sobre algo o sobre alguien.

Se dan los casos de personas que, movidas por el afán de cumplir con sus anhelos, diseñan un verdadero plan estratégico en tramos que no se apartan de la moral, la ética, el respeto a los de más; y, de las buenas costumbres que rigen la convivencia social y pacífica, para ir alcanzando poco a poco; paso a paso, la realización de sus sueños, como sinónimo de éxito y digno ejemplo a seguir, por el resto de la sociedad.

Pero, también se dan los casos de aquellas personas que, en lugar de dominar sus ideas y sus procedimientos, permiten que las obsesiones los dominen, a tal punto de no respetar a nada, ni a nadie, con tal de conseguir lo que, en sus sueños obsesivos, han tenido como propósito permanente.

Podríamos afirmar que, las ambiciones no se limitan a la satisfacción individual, sino que las mismas tienen una proyección de beneficio colectivo, por lo que se convierten en afanes saludables.

Por el contrario, las obsesiones tienen una configuración meramente egoísta y egocentrista, por lo que, no teniendo ninguna clase de beneficio social, se perfilan como verdaderas patologías personales que entorpecen en el bienestar de la sociedad.

Los ecuatorianos hemos esperado con enorme expectativa, lo que, en condiciones correctamente establecidas, bien podría catalogarse como una auténtica exposición de ideas inéditas que nos alimenten la fe en un futuro mejor, a través del obligatorio debate presidencial entre los numerosos candidatos a la primera magistratura.

Lamentablemente, la decepción ha sido mayor y más impactante en esta oportunidad, porque ningún candidato ha podido esgrimir un proyecto claro; un plan concreto; una metodología lógica para enrumbar al país en las vías de la recuperación.

Todos dicen lo mismo con distinto juego de palabras; todos ofrecen las maravillas que ningún gobierno ha realizado; todos prometen lo que no podrán cumplir; todos dicen tener la solución fácil a los graves problemas del país; y, todos evaden sistemáticamente, el enfoque objetivo de la coyuntura actual y las respuestas que esperamos los ecuatorianos.

Las promesas, a más de romper los esquemas destruyen la credibilidad de los electores, cuando se escucha que la corrupción será combatida por protagonistas de la corrupción; cuando se quiere recuperar lo que sus mentores y auspiciadores se encargaron de robar; cuando se quiere gobernar con honestidad, pero con individuos que no tienen esa virtud; cuando se quiere regresar, en lugar de avanzar, en materia de educación.

La obsesión por el poder les ha hecho perder la vergüenza, hasta el punto de no escatimar nada, con tal de ganar los votos necesarios a base de la engañifa. Y entonces surgen ofertas como la de los mil dólares a un millón de madres de familia, casi comprando un millón de votos de un millón de mujeres angustiadas e ilusionadas por recibir mil dólares que nunca llegarán.

Otro propone la reducción del impuesto al valor agregado hasta el ocho por ciento, pero cuando la economía se recupere. Todos sabemos que la pandemia ha afectado a la economía global y que la recuperación tardará muchos años, por lo que fácil es comprender que esa rebaja tributaria no se realizará durante el próximo gobierno, ni nunca.

Los candidatos siguen poniéndose el traje de fantoche; siguen ofreciendo hasta el paraíso en la tierra; siguen mintiéndole al pueblo; sin medida, sin tartamudeo; y, sin pudor.

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